martes, 24 de septiembre de 2013

Los almendros

Los almendros están separados unos de otros unas decenas de pasos; pero para ellos, que están anclados al suelo, es una distancia infinita. Nunca pueden los almendros tocarse, nunca caminar ni estrecharse las manos.

Por esto los almendros decidieron crecer hacia arriba, porque no pueden hacerlo hacia los lados. Apuntan al cielo para dar lo mejor de sí.

Se criaron en tierra seca y aún así florecen con luces blancas. Dan frutos ásperos y duros como la tierra, que sólo pueden saborear los que más insisten.

Pero si esos frutos no son recogidos, cuesta que caigan, y los almendros no pueden crecer más alto, florecer más blanco y dar más frutos al año siguiente.


Creo que la vida es como los almendros: estar siempre solo, anhelando aquello que vemos tan próximo, pero inalcanzable; es dar lo mejor de sí en soledad, intentando ser feliz sin más que el sueño de crecer; es dar a los demás lo que se tiene, pero si uno no puede dar a los demás aunque lo desee con todas sus ramas, crecer deviene imposible.