domingo, 30 de junio de 2013

De película

He visto cómo cuidas tu casa. Proteges a tus hijas, rechazas a los hombres, pides los préstamos, echas a los pedigüeños. Te ulceras por un pedazo de pan, tramas y matas y lo justificas. Te mueres de inteligencia, y eres buena, y desde los tobillos hasta tan alta tu frente te devora el orgullo, tan despacio, pero implacable como tú.

Eres la protagonista de una historia atroz, eres una matanza con arsénico, eres una musa de Tarantino, eres Scarlett O'Hara y la tierra roja de Tara.

Y yo soy igual. Yo el conde de Albrit, tú la condesa. Somos más orgullosos que buenos. Somos un hombre y una mujer excepcionales, los que luchamos por el pan pero no por el amor. Somos los que no toleramos un desprecio, los que no nos rebajamos, los que morimos de pie. Hay algo de placentero en el desprecio de los que nos hacen daño, y eso nos une.

Pero eso mismo nos separa. El orgullo. La soledad es para los dos un común placer, pero su disfrute no puede ser compartido por soledad. Mi casa y los míos, tu casa y tus hijas, tu ajuar, tu tierra roja. Eso es lo que nos da nuestra fuerza. Sé que nos queremos tanto que no estamos hechos el uno para el otro.

Y casi diría, querida, que me importa un bledo.

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